A veces el amor mata. O habría que decir, mejor, la obsesión, enfermiza, amorosa. Así sucedió en Ines en 1909, donde la joven María murió por arma blanca mientras el agresor, un muchacho del pueblo de nombre Pedro, la besaba en la boca y después se agredía a sí mismo con el cuchillo para quitarse la vida porque «ya no tenía ningún sentido sin el cariño de su querida». Pero no murió.
Fue juzgado ese mismo año bajo un tribunal del Jurado en la Audiencia Provincial de Soria. ¿Cómo era la relación entre los dos jóvenes a primeros de aquel año y qué ocurrió aquel fatídico 15 de febrero, en que tuvieron lugar los hechos?
Pedro Crespo Crespo, de 21 años, y María Macarrón Montejo, de 18, eran novios y se juraban amor eterno. Eso es lo que expuso el abogado defensor del joven, Luis Posada Llera, durante el juicio, como relata el escritor José Vicente Frías Balsa en su libro ‘Crímenes y asesinatos en Soria’.
María se convirtió en una obsesión para el joven, natural de Quintanas Rubias de Abajo y de cultura e inteligencia poco desarrolladas para su edad. La muchacha procedía de buena familia ya que su padre era uno de los hombres más ricos del pueblo, que se oponía a la relación entre ambos.
Las cosas experimentan un giro cuando a Pedro le toca el número uno en el sorteo de quintos para ingresar en filas, lo que daba por seguro que iría a hacer el servicio militar. Es entonces cuando el joven empieza a notar «alguna frialdad y tibieza» en María y ésta decide terminar con la relación, quizá influenciada por su familia o por «nuevas reflexiones sobre su galán». Lejos de apagarse, el amor se convierte en obsesión y día tras día reclama a María que vuelvan a ser novios.
Un día después de San Valentín, el acusado encuentra a la joven recogiendo ropa en una zona conocida como el Arenal, por la que pasó cuando regresaba del huerto de su madre adonde había ido a por unas hortalizas. Y de nuevo en esta ocasión volvió a reiterarle la súplica de que volvieran, respondiendo negativamente a su petición. Según recoge la citada publicación, la defensa retrató a un joven que daba muestras «de un cariño que era para él la vida, exasperado, loco, frenético, inconsciente, sin saber lo que hacía». Y lo que hizo fue segar la vida de María de tres golpes con un cuchillo que llevaba la propia María para terminar con la pesadilla que significaba para él la terminación de las relaciones.
El magistrado Leonardo Recuenco Moya presidió el juicio, en el que actuó de fiscal Felipe Gallo, para quien el procesado era autor de un delito de homicidio. La prueba pericial corrió a cargo de los médicos Enrique Cerrada y Gabriel Vicente, quienes hicieron la autopsia a la víctima, la cual tenía tres lesiones en el pecho, dos de las cuales eran mortales de necesidad. Al agresor le reconocieron unas seis heridas en el pecho, no demasiado profundas por haber tropezado con las costillas o el esternón, y de las que tardó en curar 29 días.
El psicólogo que reconoció al acusado, Lorenzo Amezua, dijo que sus facultades estaban poco desarrolladas pero su cultura era la normal entre los jóvenes del pueblo.
En la ronda de declaraciones solo hubo un testigo presencial, Leonardo Bermejo, de 15 años, que se encontraba detrás de una tapia cercana al lugar de los hechos. Dijo que cuando llegó Pedro habló unos momentos con la joven y después ésta se puso de rodillas y le pidió perdón a lo que el acusado contestó que no había perdón, tras lo cual le dio las puñaladas. Al notar su presencia, le persiguió con el cuchillo.
Leonardo Hernández, cuñado del agresor, declaró que cuando fue al Arenal halló a los dos bañados en sangre en el suelo, cercanos el uno al otro. Añadió que al padre de Pedro «se le tenía por poco listo». La defensa le preguntó si sabía algo sobre si un hermano de Pedro también mató a su novia, en Madrid, suicidándose después, a lo que Leonardo afirmó que sólo sabía que había muerto. Similar declaración fue la que aportó otro agricultor, Pedro Elvira.
El párroco dijo que dio la extremaunción a los chicos, añadiendo que Pedro era libertino en sus costumbres y que a la pareja le gustaba andar por lugares poco frecuentados.
El fiscal hizo consideraciones sobre las personas románticas y vehementes, que no dan importancia a la razón ni al juicio, poniendo como ejemplo a Pedro Crespo. Y cargó contra los argumentos de la defensa en el sentido de que la fuerza que invocaba como eximente de culpa no se dio.
El jurado no dudó en declarar al acusado culpable del delito de homicidio, sin circunstancia alguna que lo modificara. Por esta razón fue condenado a 14 años y 8 meses de cárcel, y a pagar 1.500 pesetas como indemnización a los familiares de María.
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